Tierra de volcanes
De Villa Pehuenia (Arg) a Pucón (CH)
De Villa Pehuenia (Arg) a Pucón (CH)
ENERO 2011
La tercera fue la vencida. La erupción del Volcán Llaima en 2008 y un repentino conflicto gremial en la aduana chilena dos años más tarde me habían impedido concretar esta travesía. La tercera, fue la vencida.
Recién llegado a Pehuenia, el 3 de enero, un temblor grado 7 cuyo epicentro se encontraba aproximadamente 100 km al oeste de la Villa me estaba dando la bienvenida a esta majestuosa tierra de volcanes. Partí de Pehuenia al día siguiente, después de recorrer el circuito de las lagunas por tierras mapuches (imperdible en bici o en auto) y dejando atrás el volcán Batea Mahuida, antes de ingresar a territorio chileno vía paso Icalma. Hasta el hito argentino asfalto, partir de allí, ripio en buen estado con un descenso interesante rumbo a la aduana chilena. Luego tomé rumbo al norte, en dirección a la laguna Gallatue, Quinquén. Camino agradable con pequeñas subidas y un paisaje típico de estepa. Llegué a la comunidad mapuche de Quinquén a las 15 y ahí mismo decidí prolongar mi jornada con el objetivo final de llegar a Curacautín. Ascendí abruptamente hasta la cuesta de la Fusta y luego disfruté de un descenso espectacular hasta las proximidades de Sierra Nevada, ya sobre el asfalto. Una fuerte tormenta me obligó a refugiarme en una parada de micros y repensar donde pasaría la noche. Como está prohibido cruzar en bici el túnel Las Raíces, aproveche para hacer ese tramo en micro, el cual abordé junto con la bici sin desarmar gracias a la diligente gestión de los Carabineros apostados en la ruta. Al caer la noche, ya alojado en Curacutín, repuse energías después de pedalear 75 kilómetros con un buen plato de cordero al horno.
Al día siguiente partí hacia el Parque Conguillio, Melipeuco y Cunco. Los primeros kilómetros fueron de asfalto, antes de un durísimo ascenso obstaculizado por restos de arena volcánica provenientes del Llaima, quien estaría presente durante todo el trayecto en una actitud casi vigilante. El recorrido, vale decirlo, justifica por sí mismo todo el viaje. Los paisajes son tan sobrecogedores que emocionan: lagos, lagunas y campos de lava volcánica que se asemejan a campos lunares componen inagotable festival para los ojos que se va diluyendo conforme se aproximan Melipeuco y Cunco, ciudad a la que arribé pisando las 21.
Por la mañana partí hacia Villarrica, pasando por Los Laureles y Pedregosa, con importantes ascensos y con un paisaje de interminables praderas verdes. El volcán Villarrica con su pequeña fumarola presagia la inminencia de la ciudad homónima, la cual también significó mi reencuentro con un centro urbano de importancia.
Un reparador descanso me dejó de la mejor forma para partir al día siguiente a Pucón, mi destino final, por un agradable camino de asfalto de 25 kilómetros. Almorcé en la costanera y, después de alojarme, me dediqué a programar mi próxima actividad (ya sin la bici): el ascenso al volcán Villarrica. Contratado el guía -con la indumentaria y los elementos apropiados-, partimos a las 7 rumbo a la cima del volcán junto a una pareja de jóvenes brasileros. Fueron cuatro horas para el ascenso y otras dos para el descenso. La experiencia, increíble: asomarse a la boca misma del volcán y percibir el olor azufrado de sus humos antes de contemplar Pucón en toda su magnitud es francamente inolvidable.
Durante los dos días siguientes saldé algunas deudas con Pucón, entre ellas la terma de Los Pozones, los Ojos de Caburga y el lago del mismo nombre; lugares paradisíacos difíciles de describir por la exuberancia de su belleza.
De Pucón regresé a San Martin de los Andes en micro y de ahí a BA en avión. Fueron 300 kilómetros en total, un recorrido formidable donde lo mecánico funcionó a la perfección, al igual que lo físico (gracias al entrenamiento de MTB tours).
La tercera fue la vencida, y valió la pena la perseverancia.
Por la mañana partí hacia Villarrica, pasando por Los Laureles y Pedregosa, con importantes ascensos y con un paisaje de interminables praderas verdes. El volcán Villarrica con su pequeña fumarola presagia la inminencia de la ciudad homónima, la cual también significó mi reencuentro con un centro urbano de importancia.
Un reparador descanso me dejó de la mejor forma para partir al día siguiente a Pucón, mi destino final, por un agradable camino de asfalto de 25 kilómetros. Almorcé en la costanera y, después de alojarme, me dediqué a programar mi próxima actividad (ya sin la bici): el ascenso al volcán Villarrica. Contratado el guía -con la indumentaria y los elementos apropiados-, partimos a las 7 rumbo a la cima del volcán junto a una pareja de jóvenes brasileros. Fueron cuatro horas para el ascenso y otras dos para el descenso. La experiencia, increíble: asomarse a la boca misma del volcán y percibir el olor azufrado de sus humos antes de contemplar Pucón en toda su magnitud es francamente inolvidable.
Durante los dos días siguientes saldé algunas deudas con Pucón, entre ellas la terma de Los Pozones, los Ojos de Caburga y el lago del mismo nombre; lugares paradisíacos difíciles de describir por la exuberancia de su belleza.
De Pucón regresé a San Martin de los Andes en micro y de ahí a BA en avión. Fueron 300 kilómetros en total, un recorrido formidable donde lo mecánico funcionó a la perfección, al igual que lo físico (gracias al entrenamiento de MTB tours).
La tercera fue la vencida, y valió la pena la perseverancia.
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